Una mañana más me desperté, en el piso de Noia, pletórico pensando en ella y en lo especial e inolvidable que sería esa noche, llevábamos unos días planificándola, se trataba, ni más ni menos, que de la de San Juan, la más mágica del año. La celebración la haríamos con varios amigos en el jardincito de su casa y teníamos mucho que preparar para que todo saliera genial.
Salí a buscar a mi amigo Pablo, él me proporcionaría las sardinas, también tenía que parar en el hipermercado a buscar un montón de cosas que Azahara me había encargado, la lista no era corta y, de paso, miraría si había una parrilla económica para poder asar fuera junto, cómo no, con un saco de carbón que haría de combustible para proporcionar las necesarias brasas.
Esa mañana paré poco, de un lado a otro, deseando llegar a su casa para preparar todo. En la fábrica de conservas que Pablo tiene en Outes estuve un buen rato entretenido con él, es una persona muy simpática y sociable, además de un gran amigo, por lo que disfruté mucho ese momento mientras me traían una caja de exquisitas sardinas y, de propina, me facilitó unas navajas espectaculares. La siguiente parada en el Eroski de Noia, lista en mano y mensajes a mi niña para que no se me olvidara nada.
Por fin, se acercaba la hora de encontrarnos, estaba muy impaciente porque llegara ese momento, ella todavía no sabía lo que había conseguido y quería sorprenderla. Aunque no había oscurecido, en el camino hacia Teo apreciaba ya algunas columnas de humo de las hogueras que anticipaban lo que es esa fiesta en mi tierra.
Aparqué cerca de la casa, Azahara me esperaba para empezar a preparar todo. Al abrir la puerta y verme, su sonrisa iluminó mi alma una vez más, pero, en esa ocasión mi emoción era incluso mayor porque sería nuestro primer San Juan, preparado por ambos para que todo fuera perfecto. Teníamos una total complicidad.
Me puse a armar la parrilla mientras empezaban a llegar los invitados. Estos rápido se fueron repartiendo en cuanto saludaban, la cuota masculina se iba quedando conmigo fuera, en la zona de las sardinas, impartiendo consejos e instrucciones para hacer unas buenas brasas, mientras, las chicas, se quedaban en la cocina con Azahara.
Reconozco que la echaba de menos, me tardaba volverla a ver y eso que hacía nada que habíamos estado juntos y sabía que, en breve, volvería a respirar junto a ella, pero la necesitaba como al aire. Cuando ya teníamos todo listo y, al fin, se sentó a mi lado, me miró sonriente, mostrando su orgullo y felicidad por como estaba resultando todo.
La cena fue espectacular, un auténtico banquete, las sardinas, el pollo y el resto, todo delicioso. Azahara se había esmerado para hacer, además, un salmorejo cordobés que, aunque le llevó un buen rato de preparación por utilizar un método artesanal, estaba exquisito. Risas, buen ambiente, lo estábamos disfrutando todos. En un momento que estaba próximo a la parrilla, Eva se acercó a mí y me confesó que, inicialmente, no se fiaba demasiado de mis intenciones, que le había recomendado a Azahara que se alejara, pero que, por lo que ésta le hablaba y le transmitía, no le quedaba otra que reconocer que se había equivocado, que se alegraba por lo que estaba pasando. Intuí, en la conversación, que su amiga le había confesado que también sentía algo. Mantuvimos una muy grata conversación que me hizo sonreír el alma.
La noche no defraudaba, al contrario, discurría mejor de lo que me había imaginado. Pero, se acercaba el momento del mágico cambio, la hora bruja, las doce, y nos faltaban dos cosas para cumplir con la ancestral tradición. En una pota de barro, mezclamos los ingredientes necesarios para hacer una bebida típicamente gallega, la queimada: azúcar, unos granos de café, unas rodajas de la monda de una naranja, otras de un limón y, cómo no, un buen aguardiente. El olor ya conseguía marear a cualquiera que se acercara al atrayente mejunje, los efluvios de aquel alcohol de alta graduación penetraban hasta lo más profundo de la garganta al ser inhalados. El fogonazo de un mechero, aproximado al cucharón, logró prender la característica llama azulada que hacía como que bailaba, sutilmente, la danza del fuego, mientras, al vincularla con la pequeña marmita, producía aquella deseada pócima mágica que tanto alegra a los que la prueban. El ritual de la preparación de una queimada es realmente espectacular, mientras se pronuncia el conjuro “Mouchos, coruxas, sapos e bruxas; demos, trasnos e diaños …”, el cucharon, cargado de líquido inflamado, no deja de ser alzado y derramado, incandescente, desde bastante altura, sobre la misma olla, aumentando la llamarada y generando aquel hipnotizante cordón de fuego purificador que, cuenta la leyenda, sirve para alejar los malos espíritus y proteger a los que participan de ese misterioso arcano. La imaginación consigue, fijándose bien, que se perciban, entre los colores naranjas y azulados, las “meigas” (brujas), tratando de escapar de la quema. Nos reímos un buen rato con los voluntarios que iban pronunciando el conjuro, casi ninguno era gallego, lo que hacía que los intentos fueran de lo más graciosos.
El último rutual para completar la noche de San Juan, lo preparamos sobre la superficie de una plancha metálica, para no estropear el césped. Prendimos una pequeña hoguera que, en su máximo apogeo, dejaba flotando en el aire unas incandescentes "muxicas" (en gallego, son las centellas que saltan del fuego y brillan un momento para apagarse a continuacion, formando caprichosas figuras luminosas) a modo de malos espíritus, tratando de escapar de la fogata. La saltaríamos siete veces, como manda la tradición, para espantar los "diaños" (diablos) y tener suerte en la nueva etapa que comenzaba tras el solsticio de verano. Al rato, las llamas no eran demasiado altas, pero, aun así, algunos de los invitados no mostraban mucha seguridad para dar los "arriesgados" saltos, esperando a que se fuera consumiendo aquel fuego para atreverse con la zancada.
Ya tarde, una vez cumplidas todas las purificadoras diligencias, nuestros amigos nos ayudaron a recoger para dejar todo lo mejor posible y se fueron marchando. Todavía permanecí con Azahara un rato más, estaba realmente cansada, hasta despedirnos y regresar a Noia. De camino, en el coche, las ideas brotaban en mi mente, las más bellas palabras pedían paso forzadas por la felicidad que sentía. Me paré para permitirme escribirlas y que no quedaran en el olvido. Pero me faltaba una, necesitaba encontrar un adjetivo para describirla, hallar el calificativo que me inspiraba el brillo de sus ojos reflejando el fuego, el que retratara su alma como yo la veía cuando estaba a mi lado. La descripción de ese feliz día fluía, pero faltaba su definición, ¿aparecería?