Chica de palabra, la verdad, al día siguiente recibí su saludo a través del WhatsApp:
Buenos días, David, soy…
Ahora que me doy cuenta, llevamos unos cuantos capítulos y todavía el personaje principal de esta historia no tiene nombre. No debería de utilizar el verdadero, aunque para mí no es «innombrable», como denominaba ella, en plan jocoso, a la ex de mi amigo Andrés por haberle dejado de la manera que lo hizo; todo lo contrario, pero mejor buscar un nombre que sea bonito, como la propia protagonista de esta historia, que también lo es.
Aunque en la foto de su perfil no aparecía muy agraciada, en la del WhatsApp ya era otra cosa. Se la veía sentada en un sofá, algo sonriente, con una camisa de rayas anchas azules y blancas, pantalón vaquero, su melena suelta, algo recogida hacia el lado izquierdo por su mano y el codo apoyado sobre una rodilla. Estaba muy favorecida, la verdad; aun así, lo tenía más que claro: no era ella.
Pero no nos desviemos, estaba buscándole un nombre para esta historia. Veamos, es andaluza, por lo que le pegaría uno típico de aquella tierra: María, es muy utilizado en el sur, pero no es que sea muy «exclusivo» de allí; Macarena, no, por Dios, aunque es muy bonito, me recuerda a la manida canción de Los del Río, qué horror esa evocación durante toda la narración; ¡Hey Macarena!, ni hablar; Carmen, también precioso, pero es, a la vez, muy típico de Galicia, mi tierra; Almudena, Azucena, Triana, Rocío, Cayetana, Azahara…, ¿cómo bautizo a la chica? Este último no está mal, Azahara es muy andaluz, es precioso, y además ella me llevó en una ocasión a Medina Azahara, ¡guau!, un sitio fabuloso. Pues este será su nombre en esta historia: Azahara; suena bien, Azahara, me gusta.
Buenos días, David, soy Azahara.